Algunos inventores no han sido reconocidos en vida, pero este no fue el caso de Guillermo Marconi, que hizo su primer gran descubrimiento sobre la telegrafía sin hilos cuando sólo contaba veintiún años, y vivió suficiente para adquirir fama y ser honrado en Italia con el título de marqués. Lo que es, tal vez, más importante, es que logró llevar una vida realmente productiva como hombre de ciencia, haciendo constantemente experimentos y mejorando sus propias ideas, casi hasta el final de su vida.
Guillermo Marconi nació en Bolonia, Italia, en 1874. Su padre era un acaudalado financiero, y su madre descendía de una distinguida familia escocesa. Poco después de su nacimiento, la familia se trasladó a la Villa Grifone, en Pontecchio, en las afuerdas de la ciudad, donde el niño creció sano y fuerte. Con frecuencia pasaba los inviernos en Florencia o Liorna, donde Guillermo estudiaba en el Instituto Técnico, y tan grande fue su interés por la ciencia, particularmente por la electricidad, que su madre persuadió al profesor Vincenzo Rosa, de Liorna, para que diese a su hijo lecciones particulares de física. Más tarde, Guillermo se puso en relación con Agusto Righi, de la Universidad de Bolonia, destacado investigador en el campo de las ondas eléctricas.
A la edad, de 20 años, leyó la biografía de Hertz, el físico alemán que había logrado producir ondas electromagnéticas. Inmediatamente, la mente ágil de Marconi empezó a concentrarse en la idea de utilizar dichas ondas para transmitir señales a través del espacio.
En seguida procedió a construir un aparato con tal objeto; a los instrumentos inventados por Hertz, añadió un cohesor, conectando después ambos aparatos, transmisor y receptor , a una antena y a tierra.
En 1895 probó sus aparatos y logró enviar señales desde el tercer piso de la casa hasta el parque, a una distancia de más de un kilómetro.
El joven comprendió las grandes posibilidades de su invento y lo ofreció primero, al gobierno italiano; pero como la ayuda financiera no llegaba, decidió ir a Inglaterra donde, en 1896, obtuvo la primera de muchas patentes. Marconi dirigió experimentos sucesivos, aumentando gradualmente la distancia de la transmisión; en 1898 obtuvo un triunfo, salvando la distancia del Canal de La Mancha, y en 1901 transmitió señales inalámbricas a través del Atlántico, desde Poldhu, Bretaña, hasta St. John's, en Terranova. Mientras tanto, se estableció una compañía a fin de llevar su invento a la práctica.
Pero la gente continuaba dudando de la utilidad de su invención. El 23 de enero de 1909 se hundió el barco inglés Republic. Gracias al invento de Marconi, se salvaron todos los pasajeros y tripulantes, menos seis. Aquel mismo año, Marconi, junto al alemán Braun, recibió el Premio Nobel de Física. El trágico hundimiento del vapor Titanic, en 1912, puso otra vez de manifiesto la utilidad de la telegrafía sin hilos, pues gracias a ella los barcos que acudieron a la llamada de SOS del infortunado barco pudieron salvar muchos pasajeros y tripulantes.
Marconi amaba la navegación; su yate Electra estaba equipado como un laboratorio flotante. Todo lo que se relacionase con la seguridad en el mar y el desarrollo de las comunicaciones mundiales despertaba el interés de este hombre tranquilo y serio, de mente brillante e intuitiva. Inventó el radiocompás, ideó el sistema radiodifusor de señales electrónicas de transmisión de onda corta, dirigió numerosos experimentos con las microondas y previó las posibilidades de la televisión. Murió en 1937.
Marconi disfrutó de los grandes honores que le rindieron tanto los gobiernos de diversos países como las sociedades científicas; pero su mayor placer era trabajar en su laboratorio flotante.
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Los primeros pasos
Cuando Marconi descifró el rompecabezas, fue cosa sencilla mandar los primeros mensajes o radiogramas. El transmisor era simplemente una bobina de inducción, cuyos terminales de chispa estaban conectados, uno con una antena, o sea, un alambre en el aire, y el otro con tierra. Una bobina de inducción es un dispositivo para lograr que una corriente muy pequeña se transforme en una de alto voltaje y gran frecuencia, capaz de hacer saltar una chispa entre los los dos terminales de una abertura. Cuando se cerraba el circuíto, y entre la abertura saltaba la chispa, se enviaba desde la antena al espacio una sucesión de ondas que se esparcían de forma radial, poco más o menos como las ondas producidas por una piedra arrojada a un estanque. En el alfabeto Morse, una serie corta de ondas significaría un punto y una más larga una raya.
En el receptor, las ondas que llegaran a la antena pondrían en marcha una corriente que, al pasar por el detector de ondas de Marconi, sería rectificada. Mediante un audífono, podría oírse un zumbido de puntos y rayas y percibirse el mensaje.
La distancia que podrían viajar las ondas de Marconi dependía de la fuerza con que pudieran emitirse. Un gran chapoteo en el estanque produce olas que llegan más lejos que uno pequeño. En 1899, ya habían estaciones que podían enviar radiogramas de Francia a Inglaterra. Dos años después, no hubo dificultad en enviarlos a trescientos kilómetros. Poco después, Marconi hacía el gran experimento de enviarlos a través del Atlántico. El día en que se mandó por primera vez uno de esos mensajes a través del océano fue realmente memorable para la humanidad.
Se instaló una estación para crear las ondas en Cornualles, en la costa oeste de Inglaterra. Tenía un poder muy superior al de cualquiera de las anteriores; pero aún así, algunos ingenieros temían que las ondas no viajaran alrededor de la superficie curva de la Tierra, mientras que, según otros, serían demasiados débiles para ser detectadas a través del océano.
Pero Marconi tenía confianza. Cuando la estación inglesa estuvo pronta, fue a Terranova. En poco tiempo preparó su receptor y se dispuso a escuchar. Había dicho a los que dejó encargados de la transmisión en Inglaterra que enviran la letra "S", a cierta hora, cada día. El 12 de diciembre de 1901 Marconi oyó por primera vez los tres golpecitos que representan la letra "S" en el código Morse. ¡Había oído el primer mensaje enviado a través del Atlántico!
la novedad fue inmediatamente otra de las marvillas del mundo. Todos los barcos de guerra fueron provistos de aparatos de radiotelegrafía, y la guerra ruso-japonesa de 1904 demostró el gran valor de este recurso en la estrategia naval. Los barcos que navegaban por alta mar comenzaron a recibir noticias de lo que ocurría en el mundo, y en 1904 los grandes trasatlánticos imprimían ¡ya!, todos los días, periódicos a bordo. En 1907 empezó a funcionar un servicio transoceánico para radiogramas.